Por José Belaunde M.
Lo que impulsa a la mujer
virtuosa a trabajar diligentemente no es un cerrado interés propio, limitado al
bienestar de los suyos, sino el amor que alcanza también a los menos
favorecidos, porque ella “alarga su mano al pobre y extiende sus manos
al menesteroso.”(Pr 31:20). Ella es generosa y caritativa. No tiene reparos
de ocuparse personalmente de las personas necesitadas; de sus necesidades
materiales y de sus necesidades espirituales, que a veces son mayores que las
primeras.
Ella cumple con lo que
ordena Dt 15:7,8 (“Cuando haya en medio de ti menesteroso… en alguna de tus
ciudades… no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano contra tu hermano
pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente…”), de modo que ella es
bendecida por todos los que ella ha salvado de la miseria (Jb 29:13). Ella se
comporta como lo haría más adelante Dorcas (Hch 9:39), consciente de que el que
da a los pobres, presta a Dios (Pr 19:17a) (Nota 1). Lo que ella hace con
sus manos (vers. 13,19,24) le sirve para “compartir con el que padece
necesidad.” (Ef 4:28; cf Hb 13:16). ¡Qué bueno fuera que los que
adquieren y negocian lo hicieran no sólo para enriquecerse sino también para
dar!
“No tiene temor de la nieve
por su familia porque toda su familia está vestida de ropas dobles.” (vers.
21). Su familia está bien provista, tanto para el invierno como para el verano,
porque ella es precavida y piensa de antemano en lo que se puede necesitar
meses por delante. Donde nuestra traducción dice “ropas dobles”, el
original hebreo dice “escarlata” (y así lo traducen otras
versiones), color entonces costoso y elegante con el que solía teñirse la lana
y que era considerado abrigador (2S 1:24).
“Ella hace para sí tapices
(o cobertores para su cama) y sus vestidos son de lino fino y púrpura.” (vers.
22) La túnica de lino blanco y el manto de lana teñido de púrpura eran en la
antigüedad la vestimenta característica de la gente distinguida o rica (Lc
16:19). (2)Pero en ella no son un atuendo de elegancia externa, sino
simbolizan el honor y la dignidad que la recubren.
“Su marido es conocido en las puertas.” Las ciudades amuralladas de entonces tenían puertas grandes y macizas que se abrían por la mañana y se cerraban de noche. En las explanadas que había delante de las puertas los hombres se reunían a discutir sus asuntos, y a hacer negocios, y los magistrados trataban de los asuntos de la ciudad. Incluso es posible que algunos fueran acompañados de siervos que les llevaban sillas para sentarse, pues dice: “Su marido es conocido en las puertas, cuando se sienta con los ancianos de la tierra.” (vers. 23) Es decir, con los hombres principales. Su marido es uno de ellos, y es honrado y estimado por todos, no sólo por su propio valor, sino por haber sabido escoger como esposa a una mujer tan apreciada, cuya sabia administración doméstica lo deja en libertad para ocuparse de los asuntos públicos. Bien dice un proverbio: “La mujer virtuosa es corona de su marido.” (Pr 12:4a).
“Su marido es conocido en las puertas.” Las ciudades amuralladas de entonces tenían puertas grandes y macizas que se abrían por la mañana y se cerraban de noche. En las explanadas que había delante de las puertas los hombres se reunían a discutir sus asuntos, y a hacer negocios, y los magistrados trataban de los asuntos de la ciudad. Incluso es posible que algunos fueran acompañados de siervos que les llevaban sillas para sentarse, pues dice: “Su marido es conocido en las puertas, cuando se sienta con los ancianos de la tierra.” (vers. 23) Es decir, con los hombres principales. Su marido es uno de ellos, y es honrado y estimado por todos, no sólo por su propio valor, sino por haber sabido escoger como esposa a una mujer tan apreciada, cuya sabia administración doméstica lo deja en libertad para ocuparse de los asuntos públicos. Bien dice un proverbio: “La mujer virtuosa es corona de su marido.” (Pr 12:4a).
El hombre que puede confiar
en su mujer, y a quien él da el honor que ella se merece, es un hombre que está
seguro de sí. Por eso se dice que la mujer hace al hombre. Hay un dicho antiguo
que dice que “detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer”, sin la cual él
no habría podido llegar a ocupar la posición que alcanzó, ni cosechar tantos
logros. Ese hombre puede hacer escuchar su voz en las reuniones y en las
asambleas, porque se siente respaldado, y porque cuando regresa a su hogar se
encuentra con una mujer que lo ama, que lo trata bien, que lo cuida y lo
engríe. Dicen que las mujeres nunca dejan de ser madres, y hasta que son madres
de sus maridos. Algo hay de cierto en ello.
También en el aspecto
íntimo, la mujer es el respaldo del hombre. Ella lo levanta, no lo achica; ella
le aconseja, no lo critica; ella lo anima, no lo disminuye; ella lo estimula,
no lo desanima; ella le da valor, no lo acobarda. La mujer hace al hombre
realmente. Por eso dice la Escritura: “Cual ave que se va de su nido,
tal es el hombre que se va de su lugar.” (Pr 27:8). No tiene dónde
descansar cuando se va del lado de su mujer, y se vuelve triste y se deprime.
“Ella hace telas y vende, y provee de cintos al mercader.” (vers. 24) (3). Ella teje con gran habilidad, y como está siempre ocupada tiene siempre cosas hechas con sus manos para vender a los comerciantes viajeros. Respecto de lo segundo no se trata de cintas (como traduce RV60) sino de los cintos, o cinturones, a veces lujosos, que usaban tanto hombres como mujeres para ajustar sus mantos a la cintura, de lo que ya se ha hablado en el artículo anterior a propósito del vers. 17 (Véase Jr 13:1; 2S 20:8; Is 11:5; Ef 6:14)
“Fuerza y honor son su vestidura y se ríe de lo porvenir.” (vers. 25). Este verso es muy importante. Habla de su entereza de carácter y de la rectitud de su corazón y de su conducta, cualidades que le permiten sonreír a lo que pueda depararle el futuro, porque tiene la conciencia limpia y ha puesto su confianza en el Señor. Cuando nuestra conciencia no está en paz, cuando nos acusa, no podemos tener paz ni alegría, y no podemos mirar con confianza el porvenir.
Ella puede sonreír a lo que le reserva el futuro porque no ha dedicado sus mejores años a engalanarse, divertirse y pasarla bien, como muchas mujeres, las cuales cuando su belleza decae lucen tristes y amargadas, porque nadie se ocupa de ellas ni las busca. La mujer virtuosa, que aquí encomiamos, en cambio, sabe que con el tiempo ella cosechará el fruto de sus desvelos y de sus buenas obras.
En el Antiguo Testamento
ponerse una vestidura es mostrar su verdadero carácter, como cuando Job dice: “Vístete
de honra y de hermosura.” (Jb 40:10). O cuando Dios se viste de
magnificencia (Sal 93:1; cf Is 51:9; 52:1). En el lenguaje del Nuevo
Testamento, asimismo, cuando uno adquiere ciertas cualidades se dice que se
viste de ellas, como cuando Pablo exhorta a los colosenses a vestirse de “entrañas
de misericordia, de benignidad, de humildad…” (Col 3:12; cf Ef 4:24).
O cuando exhorta: “Vestíos del Señor Jesucristo…” (Rm 13:14).
Vale la pena notar que
fortaleza y dulzura no suelen ir juntas en una mujer. O prima lo uno, o prima
lo otro. Pero ¡qué maravilla es cuando se manifiestan juntas por igual!
“Abre su boca con sabiduría
y la ley de clemencia está en su lengua…”. (vers. 26)
(Otras versiones traducen el hebreo así: “…y la instrucción amorosa está en su
lengua.”) (4)Sus palabras son a la vez sabias, apacibles y oportunas, como
dice un proverbio: “y la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (15:23;
cf 25:11). Ella no ofende con sus palabras ni es malhablada, como son muchas
que andan difundiendo chismes de puerta en puerta. Ella sabe guardar silencio
cuando es necesario, y si abre la boca, lo hace con discreción, porque es
conciente de que “en las muchas palabras no falta pecado.” (Pr
10:19).
Ella es sabia consejera de
su marido y de sus familiares. Ella piensa en lo que puede afectar a las
personas que la rodean y tiene consideración de sus sentimientos. El amor de
Dios que la llena aflora en su mirada, en su sonrisa y en sus palabras. En ese amor
de Dios está el secreto de su excelencia.
“Considera los caminos de
su casa y no come el pan de balde.” (vers. 27). Ella
observa los actos y los hábitos de sus hijos, y los corrige sin aspereza cuando
es necesario. Aun al reprender “la ley de clemencia está en su lengua,” es
decir, la ley de la bondad, de la piedad, de la compasión. No se entromete en
lo que no le compete, ni en la vida de sus vecinos, sino concentra su atención
en lo que está bajo su responsabilidad (Pr 14:1). ¡Cómo no proclamar que ella
se ha ganado con creces la prosperidad y el respeto de que goza!
“Sus hijos se levantan y la
llaman bienaventurada.” (vers. 28a) (5). Sus hijos, que se han
beneficiado durante años de sus virtudes, no se cansan de elogiarla y
bendecirla. Ellos no sólo la aman sino se sienten orgullosos de tener tal
madre.
Así como ella ha hecho bien
a todos, ahora los beneficiados le devuelven el bien que ha hecho, alabándola.
Así como ella se levanta temprano para ocuparse de su casa (vers. 15), ahora
ellos se levantan para elogiarla. Ocupada como ha estado siempre en el
bienestar de los suyos, ahora ellos tornan su atención sobre ella para
alabarla.
“Y su marido también la
alaba.” (vers 28b) Su esposo más que ninguno tiene
sobradas razones para encomiar sus cualidades, porque nadie como él ha gustado
el fruto suave de sus virtudes y de su amoroso cuidado.
Pero si su marido la
hubiera maltratado, ella se hubiera sentido disminuida, desanimada, y no habría
podido poner todas sus cualidades a disposición de él. ¡Cuán importante es que
el marido trate bien a su mujer! Porque la mujer es como una planta delicada.
Si una planta es descuidada, si no es regada con amor, se marchita. Pero si es
regada con cariño, con cuidado, con atención, con cortesía, florece. Las
mujeres bien lo saben. Los hombres deben también saberlo.
El hombre que no trata bien
a su mujer se pierde lo mejor que ella puede darle, porque no da los frutos que
ella podría dar si fuera bien tratada. Ella, en verdad, no puede dar todo lo
que puede y tiene dentro, si no es cuidada, alabada, atendida, querida, por su
marido. Por eso dice el texto: “su marido también la alaba”. La
mujer necesita ser alabada por su marido para florecer como esposa. Necesita
que el hombre le dé el honor que le corresponde; el honor que se merece
siéndole él fiel a ella. No humillándola, como muchas veces ocurre
desgraciadamente entre nosotros, siéndole infiel.
Cuando los años pasan y la
belleza juvenil del rostro se marchita, la mujer virtuosa adquiere otra clase
de belleza, aquella belleza que le dan precisamente sus virtudes; esa belleza
que brilla a través de sus ojos, de la serenidad de su rostro y de la dignidad
de su porte. ¡Cómo no hemos de alabar nosotros a tal mujer, a la mujer que
tiene tales virtudes! ¡Cómo no lo llamaremos feliz al hombre que encuentra y se
une a una mujer así! ¡Al hombre que sabe tratar como se debe el tesoro que Dios
puso en sus manos para que lo cuide!
De manera que en esta
palabra que Dios nos ha dado en las Escrituras, está el secreto de la felicidad
para el hombre. Primero, en hallar una mujer así, porque dice Proverbios:“el
que halla una esposa, halla el bien” (Pr 18:22a). Y segundo, en saber
valorar lo que Dios le ha dado.
Su marido dice además de
ella: “Muchas mujeres hicieron el bien, mas tú sobrepasas a todas”. (vers
29) (6) Aunque pudiera haber muchos maridos felices que reclamaran
para su mujer el primer lugar, para cada cual su mujer es la mejor. No la
ajena, sino la propia. Así que cada marido puede decir a su esposa: “tú
las sobrepasas a todas”, sin decir una mentira, porque para él ella es
incomparable.
El autor del poema agrega: “Engañosa
es la gracia y vana la hermosura”. (vers 30a). Los hombres corren
equivocadamente con frecuencia tras la gracia exterior y son decepcionados. La
hermosura es algo visible que nos atrae ciertamente a todos, pero no es lo que
más importa. A la belleza del rostro no siempre corresponde la belleza del
alma. Al contrario, muchas veces la belleza del rostro esconde un carácter
intrigante, mezquino, egoísta e hipócrita. Mi padre, que era muy sabio, decía:
“Los hombres se casan con una cara bonita, pero tienen que convivir con un
carácter”, con el carácter de su esposa. Igual pueden decir naturalmente las
mujeres. Se casan, o se enamoran, de un hombre apuesto, buen mozo, pero después
tienen que convivir no con la apostura, no con la gallardía del marido, sino
con su buen o mal carácter. Por ello lo primero que los novios deben
preocuparse por conocer bien cada uno del otro es el carácter. El que escoge a
su mujer por su belleza, la amará mientras eso dure y no se marchite, pero el
que la escoge por sus virtudes la amará cada día más.
Nuestro carácter decide lo
que somos, y cómo vivimos; decide la felicidad que damos a los nuestros, a
aquellos con los cuales vivimos. Más que el físico, lo que nosotros debemos
cultivar ante todo es nuestro carácter. Porque de él depende no solamente en
gran medida nuestro destino, sino también cómo nosotros impactamos a las
personas con las cuales compartimos nuestra vida, en especial a los más
cercanos, al cónyuge, a los hijos, a los familiares, a todos los que tenemos
cerca.
“La mujer que teme a
Jehová, ésa será alabada.” (vers. 30b). El libro de los Proverbios comienza
diciéndonos que “el temor del Señor es el principio de la sabiduría.” (Pr
1:7). Cuando una persona está poseída por ese santo temor todas sus acciones y
sus palabras, su manera de vestirse y de comportarse -e incluso de
entretenerse- llevan una marca peculiar que infunde la influencia del Espíritu
en ella y que suscita respeto y afecto en los demás.
“Dadle del fruto de sus
manos.” (vers. 31a). Cuando ella se presente delante de
su Creador, ella podrá mostrarle el fruto de una vida dedicada a cumplir con
esmero la tarea que Él le había encomendado, y será eternamente recompensada
por ello.
“Y alábenla en las puertas
sus hechos.” (vers. 31b). Ella es elogiada en la plaza
pública por todos los que conocen sus virtudes y saben cómo ella ha bendecido a
muchos con sus hechos. Pero yo creo que aquí las puertas representan antes que
nada la entrada a las moradas celestiales donde ella podrá escuchar algún día
las palabras de aprobación que serán coreadas por una legión de ángeles: “Bien
hecho, sierva buena y fiel. Entra en el gozo de tu Señor."(Mt 25:21).
Notas: 1. El proverbio continúa diciendo: “y el bien que ha hecho se lo volverá a pagar.” Ella ciertamente experimentó la verdad de ese dicho en la prosperidad que bendecía sus labores. Nótese que la frase: “extiende sus manos al menesteroso…”, puede significar también que lo acoge en su casa.
Notas: 1. El proverbio continúa diciendo: “y el bien que ha hecho se lo volverá a pagar.” Ella ciertamente experimentó la verdad de ese dicho en la prosperidad que bendecía sus labores. Nótese que la frase: “extiende sus manos al menesteroso…”, puede significar también que lo acoge en su casa.
2. El lino era
importado de Egipto (Ez 27:7) La púrpura era un colorante hecho de conchas
marinas de las costas de Fenicia, y era, por tanto, un producto que denotaba
riqueza y lujo (Jc 8:26; Cnt 7:5; Ez 27:16; Hch 16:14).
3. El original hebreo
dice “cananeo”. Siendo ese pueblo conocido por su floreciente comercio, esa
palabra se convirtió en sinónimo de comerciante.
4. Abrir la boca es un
hebraísmo que significa hablar largamente o con solemnidad.
5. La palabra “levantarse” expresa el ánimo pronto con que se hace lo debido (Ex 2:17; Jos 18:4). Es también un gesto de respeto (Jb 29:8; Is 49:7).
5. La palabra “levantarse” expresa el ánimo pronto con que se hace lo debido (Ex 2:17; Jos 18:4). Es también un gesto de respeto (Jb 29:8; Is 49:7).
6. El original dice
aquí “muchas hijas”, como con frecuencia y con delicadeza el Antiguo Testamento
designa a las mujeres: Gn 34:1; Jc 21:21; Is 3:16,17.
NB. Este artículo y el
anterior del mismo título están basados en el artículo “La Mujer Fuerte”,
publicado el 29.04.07 (#468), el cual ha sido revisado y ampliado. A su vez,
ese artículo estaba basado en una charla dada en el ministerio de la “Edad de
Oro”. Al hacer la revisión he consultado con provecho, entre otros comentarios,
los de H. Ironside y de B. Waltke.
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