viernes, 9 de marzo de 2012

ELOGIO DE LA MUJER VIRTUOSA


Por José Belaunde M.
Lo que impulsa a la mujer virtuosa a trabajar diligentemente no es un cerrado interés propio, limitado al bienestar de los suyos, sino el amor que alcanza también a los menos favorecidos, porque ella “alarga su mano al pobre y extiende sus manos al menesteroso.”(Pr 31:20). Ella es generosa y caritativa. No tiene reparos de ocuparse personalmente de las personas necesitadas; de sus necesidades materiales y de sus necesidades espirituales, que a veces son mayores que las primeras.
Ella cumple con lo que ordena Dt 15:7,8 (“Cuando haya en medio de ti menesteroso… en alguna de tus ciudades… no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente…”), de modo que ella es bendecida por todos los que ella ha salvado de la miseria (Jb 29:13). Ella se comporta como lo haría más adelante Dorcas (Hch 9:39), consciente de que el que da a los pobres, presta a Dios (Pr 19:17a) (Nota 1). Lo que ella hace con sus manos (vers. 13,19,24) le sirve para “compartir con el que padece necesidad.” (Ef 4:28; cf Hb 13:16). ¡Qué bueno fuera que los que adquieren y negocian lo hicieran no sólo para enriquecerse sino también para dar!
“No tiene temor de la nieve por su familia porque toda su familia está vestida de ropas dobles.” (vers. 21). Su familia está bien provista, tanto para el invierno como para el verano, porque ella es precavida y piensa de antemano en lo que se puede necesitar meses por delante. Donde nuestra traducción dice “ropas dobles”, el original hebreo dice “escarlata” (y así lo traducen otras versiones), color entonces costoso y elegante con el que solía teñirse la lana y que era considerado abrigador (2S 1:24).
“Ella hace para sí tapices (o cobertores para su cama) y sus vestidos son de lino fino y púrpura.” (vers. 22) La túnica de lino blanco y el manto de lana teñido de púrpura eran en la antigüedad la vestimenta característica de la gente distinguida o rica (Lc 16:19). (2)Pero en ella no son un atuendo de elegancia externa, sino simbolizan el honor y la dignidad que la recubren.

“Su marido es conocido en las puertas.” Las ciudades amuralladas de entonces tenían puertas grandes y macizas que se abrían por la mañana y se cerraban de noche. En las explanadas que había delante de las puertas los hombres se reunían a discutir sus asuntos, y a hacer negocios, y los magistrados trataban de los asuntos de la ciudad. Incluso es posible que algunos fueran acompañados de siervos que les llevaban sillas para sentarse, pues dice: “Su marido es conocido en las puertas, cuando se sienta con los ancianos de la tierra.” (vers. 23) Es decir, con los hombres principales. Su marido es uno de ellos, y es honrado y estimado por todos, no sólo por su propio valor, sino por haber sabido escoger como esposa a una mujer tan apreciada, cuya sabia administración doméstica lo deja en libertad para ocuparse de los asuntos públicos. Bien dice un proverbio: “La mujer virtuosa es corona de su marido.” (Pr 12:4a).
El hombre que puede confiar en su mujer, y a quien él da el honor que ella se merece, es un hombre que está seguro de sí. Por eso se dice que la mujer hace al hombre. Hay un dicho antiguo que dice que “detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer”, sin la cual él no habría podido llegar a ocupar la posición que alcanzó, ni cosechar tantos logros. Ese hombre puede hacer escuchar su voz en las reuniones y en las asambleas, porque se siente respaldado, y porque cuando regresa a su hogar se encuentra con una mujer que lo ama, que lo trata bien, que lo cuida y lo engríe. Dicen que las mujeres nunca dejan de ser madres, y hasta que son madres de sus maridos. Algo hay de cierto en ello.
También en el aspecto íntimo, la mujer es el respaldo del hombre. Ella lo levanta, no lo achica; ella le aconseja, no lo critica; ella lo anima, no lo disminuye; ella lo estimula, no lo desanima; ella le da valor, no lo acobarda. La mujer hace al hombre realmente. Por eso dice la Escritura: “Cual ave que se va de su nido, tal es el hombre que se va de su lugar.” (Pr 27:8). No tiene dónde descansar cuando se va del lado de su mujer, y se vuelve triste y se deprime.

“Ella hace telas y vende, y provee de cintos al mercader.” (vers. 24) (3). Ella teje con gran habilidad, y como está siempre ocupada tiene siempre cosas hechas con sus manos para vender a los comerciantes viajeros. Respecto de lo segundo no se trata de cintas (como traduce RV60) sino de los cintos, o cinturones, a veces lujosos, que usaban tanto hombres como mujeres para ajustar sus mantos a la cintura, de lo que ya se ha hablado en el artículo anterior a propósito del vers. 17 (Véase Jr 13:1; 2S 20:8; Is 11:5; Ef 6:14)

“Fuerza y honor son su vestidura y se ríe de lo porvenir.” (vers. 25). Este verso es muy importante. Habla de su entereza de carácter y de la rectitud de su corazón y de su conducta, cualidades que le permiten sonreír a lo que pueda depararle el futuro, porque tiene la conciencia limpia y ha puesto su confianza en el Señor. Cuando nuestra conciencia no está en paz, cuando nos acusa, no podemos tener paz ni alegría, y no podemos mirar con confianza el porvenir.
Ella puede sonreír a lo que le reserva el futuro porque no ha dedicado sus mejores años a engalanarse, divertirse y pasarla bien, como muchas mujeres, las cuales cuando su belleza decae lucen tristes y amargadas, porque nadie se ocupa de ellas ni las busca. La mujer virtuosa, que aquí encomiamos, en cambio, sabe que con el tiempo ella cosechará el fruto de sus desvelos y de sus buenas obras.
En el Antiguo Testamento ponerse una vestidura es mostrar su verdadero carácter, como cuando Job dice: “Vístete de honra y de hermosura.” (Jb 40:10). O cuando Dios se viste de magnificencia (Sal 93:1; cf Is 51:9; 52:1). En el lenguaje del Nuevo Testamento, asimismo, cuando uno adquiere ciertas cualidades se dice que se viste de ellas, como cuando Pablo exhorta a los colosenses a vestirse de “entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad…” (Col 3:12; cf Ef 4:24). O cuando exhorta: “Vestíos del Señor Jesucristo…” (Rm 13:14).
Vale la pena notar que fortaleza y dulzura no suelen ir juntas en una mujer. O prima lo uno, o prima lo otro. Pero ¡qué maravilla es cuando se manifiestan juntas por igual!
“Abre su boca con sabiduría y la ley de clemencia está en su lengua…”. (vers. 26) (Otras versiones traducen el hebreo así: “…y la instrucción amorosa está en su lengua.”) (4)Sus palabras son a la vez sabias, apacibles y oportunas, como dice un proverbio: “y la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (15:23; cf 25:11). Ella no ofende con sus palabras ni es malhablada, como son muchas que andan difundiendo chismes de puerta en puerta. Ella sabe guardar silencio cuando es necesario, y si abre la boca, lo hace con discreción, porque es conciente de que “en las muchas palabras no falta pecado.” (Pr 10:19).
Ella es sabia consejera de su marido y de sus familiares. Ella piensa en lo que puede afectar a las personas que la rodean y tiene consideración de sus sentimientos. El amor de Dios que la llena aflora en su mirada, en su sonrisa y en sus palabras. En ese amor de Dios está el secreto de su excelencia.
“Considera los caminos de su casa y no come el pan de balde.” (vers. 27). Ella observa los actos y los hábitos de sus hijos, y los corrige sin aspereza cuando es necesario. Aun al reprender “la ley de clemencia está en su lengua,” es decir, la ley de la bondad, de la piedad, de la compasión. No se entromete en lo que no le compete, ni en la vida de sus vecinos, sino concentra su atención en lo que está bajo su responsabilidad (Pr 14:1). ¡Cómo no proclamar que ella se ha ganado con creces la prosperidad y el respeto de que goza!
“Sus hijos se levantan y la llaman bienaventurada.” (vers. 28a) (5). Sus hijos, que se han beneficiado durante años de sus virtudes, no se cansan de elogiarla y bendecirla. Ellos no sólo la aman sino se sienten orgullosos de tener tal madre.
Así como ella ha hecho bien a todos, ahora los beneficiados le devuelven el bien que ha hecho, alabándola. Así como ella se levanta temprano para ocuparse de su casa (vers. 15), ahora ellos se levantan para elogiarla. Ocupada como ha estado siempre en el bienestar de los suyos, ahora ellos tornan su atención sobre ella para alabarla.
“Y su marido también la alaba.” (vers 28b) Su esposo más que ninguno tiene sobradas razones para encomiar sus cualidades, porque nadie como él ha gustado el fruto suave de sus virtudes y de su amoroso cuidado.
Pero si su marido la hubiera maltratado, ella se hubiera sentido disminuida, desanimada, y no habría podido poner todas sus cualidades a disposición de él. ¡Cuán importante es que el marido trate bien a su mujer! Porque la mujer es como una planta delicada. Si una planta es descuidada, si no es regada con amor, se marchita. Pero si es regada con cariño, con cuidado, con atención, con cortesía, florece. Las mujeres bien lo saben. Los hombres deben también saberlo.
El hombre que no trata bien a su mujer se pierde lo mejor que ella puede darle, porque no da los frutos que ella podría dar si fuera bien tratada. Ella, en verdad, no puede dar todo lo que puede y tiene dentro, si no es cuidada, alabada, atendida, querida, por su marido. Por eso dice el texto: “su marido también la alaba”. La mujer necesita ser alabada por su marido para florecer como esposa. Necesita que el hombre le dé el honor que le corresponde; el honor que se merece siéndole él fiel a ella. No humillándola, como muchas veces ocurre desgraciadamente entre nosotros, siéndole infiel.
Cuando los años pasan y la belleza juvenil del rostro se marchita, la mujer virtuosa adquiere otra clase de belleza, aquella belleza que le dan precisamente sus virtudes; esa belleza que brilla a través de sus ojos, de la serenidad de su rostro y de la dignidad de su porte. ¡Cómo no hemos de alabar nosotros a tal mujer, a la mujer que tiene tales virtudes! ¡Cómo no lo llamaremos feliz al hombre que encuentra y se une a una mujer así! ¡Al hombre que sabe tratar como se debe el tesoro que Dios puso en sus manos para que lo cuide!
De manera que en esta palabra que Dios nos ha dado en las Escrituras, está el secreto de la felicidad para el hombre. Primero, en hallar una mujer así, porque dice Proverbios:“el que halla una esposa, halla el bien” (Pr 18:22a). Y segundo, en saber valorar lo que Dios le ha dado.
Su marido dice además de ella: “Muchas mujeres hicieron el bien, mas tú sobrepasas a todas”. (vers 29) (6) Aunque pudiera haber muchos maridos felices que reclamaran para su mujer el primer lugar, para cada cual su mujer es la mejor. No la ajena, sino la propia. Así que cada marido puede decir a su esposa: “tú las sobrepasas a todas”, sin decir una mentira, porque para él ella es incomparable.
El autor del poema agrega: “Engañosa es la gracia y vana la hermosura”. (vers 30a). Los hombres corren equivocadamente con frecuencia tras la gracia exterior y son decepcionados. La hermosura es algo visible que nos atrae ciertamente a todos, pero no es lo que más importa. A la belleza del rostro no siempre corresponde la belleza del alma. Al contrario, muchas veces la belleza del rostro esconde un carácter intrigante, mezquino, egoísta e hipócrita. Mi padre, que era muy sabio, decía: “Los hombres se casan con una cara bonita, pero tienen que convivir con un carácter”, con el carácter de su esposa. Igual pueden decir naturalmente las mujeres. Se casan, o se enamoran, de un hombre apuesto, buen mozo, pero después tienen que convivir no con la apostura, no con la gallardía del marido, sino con su buen o mal carácter. Por ello lo primero que los novios deben preocuparse por conocer bien cada uno del otro es el carácter. El que escoge a su mujer por su belleza, la amará mientras eso dure y no se marchite, pero el que la escoge por sus virtudes la amará cada día más.
Nuestro carácter decide lo que somos, y cómo vivimos; decide la felicidad que damos a los nuestros, a aquellos con los cuales vivimos. Más que el físico, lo que nosotros debemos cultivar ante todo es nuestro carácter. Porque de él depende no solamente en gran medida nuestro destino, sino también cómo nosotros impactamos a las personas con las cuales compartimos nuestra vida, en especial a los más cercanos, al cónyuge, a los hijos, a los familiares, a todos los que tenemos cerca.
“La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada.” (vers. 30b). El libro de los Proverbios comienza diciéndonos que “el temor del Señor es el principio de la sabiduría.” (Pr 1:7). Cuando una persona está poseída por ese santo temor todas sus acciones y sus palabras, su manera de vestirse y de comportarse -e incluso de entretenerse- llevan una marca peculiar que infunde la influencia del Espíritu en ella y que suscita respeto y afecto en los demás.
“Dadle del fruto de sus manos.” (vers. 31a). Cuando ella se presente delante de su Creador, ella podrá mostrarle el fruto de una vida dedicada a cumplir con esmero la tarea que Él le había encomendado, y será eternamente recompensada por ello.
“Y alábenla en las puertas sus hechos.” (vers. 31b). Ella es elogiada en la plaza pública por todos los que conocen sus virtudes y saben cómo ella ha bendecido a muchos con sus hechos. Pero yo creo que aquí las puertas representan antes que nada la entrada a las moradas celestiales donde ella podrá escuchar algún día las palabras de aprobación que serán coreadas por una legión de ángeles: “Bien hecho, sierva buena y fiel. Entra en el gozo de tu Señor."(Mt 25:21).

Notas: 1. El proverbio continúa diciendo: “y el bien que ha hecho se lo volverá a pagar.” Ella ciertamente experimentó la verdad de ese dicho en la prosperidad que bendecía sus labores. Nótese que la frase: “extiende sus manos al menesteroso…”, puede significar también que lo acoge en su casa.
2. El lino era importado de Egipto (Ez 27:7) La púrpura era un colorante hecho de conchas marinas de las costas de Fenicia, y era, por tanto, un producto que denotaba riqueza y lujo (Jc 8:26; Cnt 7:5; Ez 27:16; Hch 16:14).
3. El original hebreo dice “cananeo”. Siendo ese pueblo conocido por su floreciente comercio, esa palabra se convirtió en sinónimo de comerciante.
4. Abrir la boca es un hebraísmo que significa hablar largamente o con solemnidad.
5. La palabra “levantarse” expresa el ánimo pronto con que se hace lo debido (Ex 2:17; Jos 18:4). Es también un gesto de respeto (Jb 29:8; Is 49:7).
6. El original dice aquí “muchas hijas”, como con frecuencia y con delicadeza el Antiguo Testamento designa a las mujeres: Gn 34:1; Jc 21:21; Is 3:16,17.
NB. Este artículo y el anterior del mismo título están basados en el artículo “La Mujer Fuerte”, publicado el 29.04.07 (#468), el cual ha sido revisado y ampliado. A su vez, ese artículo estaba basado en una charla dada en el ministerio de la “Edad de Oro”. Al hacer la revisión he consultado con provecho, entre otros comentarios, los de H. Ironside y de B. Waltke.

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