Betzalel, un dedicado jasid del
Tzemaj Tzedek, llegó cierta vez a una posada y al entrar percibió a un joven
durmiendo junto a la estufa. "Es un pastor. Parte muy temprano a la mañana y regresa de noche, come
un poco y luego se va a dormir allí, cerca de la estufa. Es un joven honesto,
pero no sabe nada de judaísmo", le explicó el posadero. Betzalel intentó entablar una
conversación con el joven pastor, pero fue en vano; el muchacho no estaba
interesado en hablar.
Al volver a la posada al año siguiente, el posadero se acercó de inmediato
a Betzalel. Cuando le preguntó si quería oír una historia interesante sobre el
joven pastor, cabeceó afirmativamente. "Decidí seguir al muchacho y
ver cómo pasaba su día; quería averiguar cuán fiable era. Me
oculté, sin ser detectado, detrás de algunas matas cercanas, y fui testigo de
una recitación de Salmos con tanto sentimiento y fervor, que instantáneamente
reconocí que éste no era el simple campesino que fingía ser, sino alguien que
estaba ocultando su inmensa grandeza. No conté a nadie mi descubrimiento, ni
siquiera al muchacho.
Un día después de este incidente, diez soldados vinieron
de la ciudad cercana para reclutar al joven en el ejército. Hice lo imposible
por convencer a los soldados de que regresaran después de ese Shabat, pensando
que quizá pudiera traer a algunas de las personas influyentes de la comunidad
judía para presionar a la jerarquía militar local. Los soldados se negaron de
plano a escucharme, y me sentí sumamente trastornado todo el Shabat por este
episodio. Inmediatamente después de la havdalá corrí a las autoridades
militares, donde, muy extrañamente, ¡me dijeron que nunca habían enviado a
buscarlo! No sabían nada de toda la cuestión. Desde entonces no he visto ni
recibido noticias del joven pastor".
Cuando Betzalel oyó esto se puso a
llorar desconsoladamente: "Nuestros ojos son tan burdos y toscos que no
ven ni perciben nada". "El momento de vuestra Redención ha llegado", dijo
el Rebe. Su vaticinio es más perfecto que nuestra vista. Confiamos en su
profecía. Sólo falta que nosotros abramos los ojos. En la Entrega de la Torá los
ciegos fueron milagrosamente curados. En el momento de la Redención Final, con
la nueva revelación de Torá de ese sublime momento, también nosotros veremos
milagrosamente. Entonces nos daremos cuenta entonces que hay más cosas que lo
que el ojo ve.
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